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Baja Edad Media
Harto como estaba de compartir piso con gente raruna, me puse a buscar algo para mi solo… bueno, no sólo para mi. Poco antes de largarme de mi maravilloso piso compartido, empecé a salir con la que es mi pareja y la cosa tenía visos de durar, por lo que la casa no podría valer con satisfacer únicamente mis gustos, sino que habría de tener en cuenta los de ella, pensando en un hipotético futuro juntos. Entre los descartes, quedaron pisos de 18 metros con cama en altillo por 350 euros en la zona del Rastro o una boardilla de 20 metros sin cocina en Chueca, por 500. No fue muy dura la búsqueda, la verdad. En poco más de 15 días encontré el piso que sería mi siguiente morada por otro año.
El piso en cuestión, no llegaba a los estándares óptimos del PSOE. Un primer piso todo interior de 23 metros. La casa tenía un maravilloso recibidor-salón-comedor- cuarto de estar-cuarto de invitados-tendedero, una habitación chiquitita con una cama más pequeña aún (ahora que lo pienso, esto es lo más lógico, pues lo contrario hubiese sido considerado todo un atentado contra las leyes que rigen el mundo físico, tal como lo conocemos) en la que aprendí a dormir de lado a base de ensayo y error (cada error suponía que mi pareja acabase en el suelo y yo con una bronca), una cocina anormalmente grande para esa casa y un baño con duchadero (que como todo el mundo sabe, es la mezcla de un plato de ducha ínfimo con un water casi metido en ésta).
De esta casa, aprendí la convivencia vecinal, tanto la buena, como la mala. La buena la representaban dos parejas de jóvenes y jóvenas que vivían en el bloque. Una de las manías que tengo es la de escuchar música a toda ostia para ponerme las pilas a la hora de hacer cualquier cosa. No pasaron ni dos semanas cuando un día que estaba limpiando (sí, en serio) escuchando Kortatu a todo volumen llamaron a la puerta. Era la pareja que vivía en la puerta contigua a la mía. Querían presentarse y decirme que si algún día me apetecía pasarme por su casa y cenar o fumarnos unos canutos, estaba invitado. También me hablaron de una pareja de punkis que vivían en el segundo con los que se llevaban de puta madre… Siempre me quedó la espinita clavada de no llegar a pasarme a cenar, pero con el horario de 4 a 12 y el curro en el Mago, el poco tiempo que pasaba en la casa era para dormir y poco más. De todas formas, nos solíamos encontrar en las escaleras o incluso en las fiestas del PCE donde estuvimos compartiendo unos katxis de buen rollo.
La mala faceta de la vida vecinal la representan los vecinos, hijosputas, tontosdeloscojones, ineptos y anormales como el que me tocó a mí. El edificio estaba en bastantes malas condiciones: humedades, olores, cucarachas y, poco tardaría en descubrirlo, vigas podridas. Un día, mientras estaba haciendo la comida, esuché un repiquetéo de agua en el baño. Al asomarme, pude ver una preciosa gotera encestando en el water. Acto seguido, subí al segundo para decirle a mi vecino que cerrase el grifo que fuese, pues me estaba llegando el agua, cosa que hizo en el momento. Quedamos en llamar a nuestros respectivos caseros para que arreglasen la gotera y que la cosa no fuese a mayores. Yo lo hice. Días más tarde se personó un empleado de la empresa aseguradora para ver dónde y cómo estaba la gotera, apuntó las cosas en una hoja que firmó y me dió y no volví a saber más.
Pude ver como el goteo de gotas de la gotera cesó, aunque por lo bajini y sin que yo lo escuchase susurró: “Volvereeeeeeeeee”. Un mes después, la gotera volvió (como prometió sin que yo me enterase) y vino con colegas y es que la gotera ya no era gotera si no chorrera. Inmediatamente, subí a comunicarle a mi vecino que ya me había duchado por la mañana, por lo que podía cerrar el grifo. Él, muy amablemente, me comento que se la sudaba muchísimo lo que me pasase; todavía más amablemente, si cabe, le indique que habría de insistir a su casero a fin de que no terminásemos compartiendo un bonito e insalubre dúplex; En el súmmum de la corrección y el buen talante, el procedió a cerrarme la puerta en las narices. A partir de aquí, todas las noches se produjo la misma historia hasta que…
Un día al llegar del curro, me hice la cena, me fui al recibidor-salón-comedor- cuarto de estar-cuarto de invitados-tendedero y me vi varios capítulos de Los Caballeros del Zodiaco mientras cenaba. Al rato, por las cosas de la excreción humana, me entraron ganas de miccionar, por lo que, resuelto, me dispuse a entrar en el baño para depositar pipi en la taza. Imaginad mi sorpresa al encontrar tierra en el suelo de la cocina (por la que se accedía al baño) y cascotes en la taza del water… y cuando digo cascotes, me refiero a piedros del tamaño de gatos medianos o una teta de Sabrina. Por última vez, procedí a subir y charlar alegremente con mi vecino (a las 3 de la mañana). Cuando abrió la puerta, el mosquéo inicial que llevaba al imaginarse quien era, se le paso al verme con la cresta, las botas y una piedra muy molona. Le dije que esperaba que no fuese muy celoso con su mujer, pues a partir de ese día, podría verla mear. Bajé de nuevo a mi casa, meé, y pedí asilo en casa de mamá.
Al día siguiente, llamé a mi casera para cagarme en sus muertos y pedirle amablemente todo mi dinero.
CONTINUARÁ...
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Baja Edad Media
Harto como estaba de compartir piso con gente raruna, me puse a buscar algo para mi solo… bueno, no sólo para mi. Poco antes de largarme de mi maravilloso piso compartido, empecé a salir con la que es mi pareja y la cosa tenía visos de durar, por lo que la casa no podría valer con satisfacer únicamente mis gustos, sino que habría de tener en cuenta los de ella, pensando en un hipotético futuro juntos. Entre los descartes, quedaron pisos de 18 metros con cama en altillo por 350 euros en la zona del Rastro o una boardilla de 20 metros sin cocina en Chueca, por 500. No fue muy dura la búsqueda, la verdad. En poco más de 15 días encontré el piso que sería mi siguiente morada por otro año.
El piso en cuestión, no llegaba a los estándares óptimos del PSOE. Un primer piso todo interior de 23 metros. La casa tenía un maravilloso recibidor-salón-comedor- cuarto de estar-cuarto de invitados-tendedero, una habitación chiquitita con una cama más pequeña aún (ahora que lo pienso, esto es lo más lógico, pues lo contrario hubiese sido considerado todo un atentado contra las leyes que rigen el mundo físico, tal como lo conocemos) en la que aprendí a dormir de lado a base de ensayo y error (cada error suponía que mi pareja acabase en el suelo y yo con una bronca), una cocina anormalmente grande para esa casa y un baño con duchadero (que como todo el mundo sabe, es la mezcla de un plato de ducha ínfimo con un water casi metido en ésta).
De esta casa, aprendí la convivencia vecinal, tanto la buena, como la mala. La buena la representaban dos parejas de jóvenes y jóvenas que vivían en el bloque. Una de las manías que tengo es la de escuchar música a toda ostia para ponerme las pilas a la hora de hacer cualquier cosa. No pasaron ni dos semanas cuando un día que estaba limpiando (sí, en serio) escuchando Kortatu a todo volumen llamaron a la puerta. Era la pareja que vivía en la puerta contigua a la mía. Querían presentarse y decirme que si algún día me apetecía pasarme por su casa y cenar o fumarnos unos canutos, estaba invitado. También me hablaron de una pareja de punkis que vivían en el segundo con los que se llevaban de puta madre… Siempre me quedó la espinita clavada de no llegar a pasarme a cenar, pero con el horario de 4 a 12 y el curro en el Mago, el poco tiempo que pasaba en la casa era para dormir y poco más. De todas formas, nos solíamos encontrar en las escaleras o incluso en las fiestas del PCE donde estuvimos compartiendo unos katxis de buen rollo.
La mala faceta de la vida vecinal la representan los vecinos, hijosputas, tontosdeloscojones, ineptos y anormales como el que me tocó a mí. El edificio estaba en bastantes malas condiciones: humedades, olores, cucarachas y, poco tardaría en descubrirlo, vigas podridas. Un día, mientras estaba haciendo la comida, esuché un repiquetéo de agua en el baño. Al asomarme, pude ver una preciosa gotera encestando en el water. Acto seguido, subí al segundo para decirle a mi vecino que cerrase el grifo que fuese, pues me estaba llegando el agua, cosa que hizo en el momento. Quedamos en llamar a nuestros respectivos caseros para que arreglasen la gotera y que la cosa no fuese a mayores. Yo lo hice. Días más tarde se personó un empleado de la empresa aseguradora para ver dónde y cómo estaba la gotera, apuntó las cosas en una hoja que firmó y me dió y no volví a saber más.
Pude ver como el goteo de gotas de la gotera cesó, aunque por lo bajini y sin que yo lo escuchase susurró: “Volvereeeeeeeeee”. Un mes después, la gotera volvió (como prometió sin que yo me enterase) y vino con colegas y es que la gotera ya no era gotera si no chorrera. Inmediatamente, subí a comunicarle a mi vecino que ya me había duchado por la mañana, por lo que podía cerrar el grifo. Él, muy amablemente, me comento que se la sudaba muchísimo lo que me pasase; todavía más amablemente, si cabe, le indique que habría de insistir a su casero a fin de que no terminásemos compartiendo un bonito e insalubre dúplex; En el súmmum de la corrección y el buen talante, el procedió a cerrarme la puerta en las narices. A partir de aquí, todas las noches se produjo la misma historia hasta que…
Un día al llegar del curro, me hice la cena, me fui al recibidor-salón-comedor- cuarto de estar-cuarto de invitados-tendedero y me vi varios capítulos de Los Caballeros del Zodiaco mientras cenaba. Al rato, por las cosas de la excreción humana, me entraron ganas de miccionar, por lo que, resuelto, me dispuse a entrar en el baño para depositar pipi en la taza. Imaginad mi sorpresa al encontrar tierra en el suelo de la cocina (por la que se accedía al baño) y cascotes en la taza del water… y cuando digo cascotes, me refiero a piedros del tamaño de gatos medianos o una teta de Sabrina. Por última vez, procedí a subir y charlar alegremente con mi vecino (a las 3 de la mañana). Cuando abrió la puerta, el mosquéo inicial que llevaba al imaginarse quien era, se le paso al verme con la cresta, las botas y una piedra muy molona. Le dije que esperaba que no fuese muy celoso con su mujer, pues a partir de ese día, podría verla mear. Bajé de nuevo a mi casa, meé, y pedí asilo en casa de mamá.
Al día siguiente, llamé a mi casera para cagarme en sus muertos y pedirle amablemente todo mi dinero.
CONTINUARÁ...
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