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Edad Media
En aquel tiempo vivir me era facilísimo: mogollón de pasta entre el curro de comercial, lo que sacaba del bar en el que trabajaba, el ‘Mago’, y lo que sacaba de la caja del ‘Mago’. Un alquiler de mierda (230 euros más gastos) y amigos camareros en todos los bares que me gustaban de Malasaña. No supe qué era eso que decía la gente de no poder emanciparse, ni eso de lo difícil que era encontrar casa… todo demasiado fácil. Obviamente, era una trampa. Así como la chica por la que conocí la casa era wiccana, también lo era el otro chico que vivía en ella. Ojalá hubiese sido lo único raro que tenía…
Para mí, lo de emanciparse, significaba fiestas, cachondeo y más fiestas. Claro que yo no contaba con que al estar la casa en Carabanchel, a 10 minutos del metro, a lo mejor tiraba para atrás a la gente a la hora de venirse. Pero bueno, seguía teniendo mi libertad para hacer lo mismo que ya hacía en casa de mi vieja (nunca le importó que golpease con el cabecero en su pared), sólo que ahora con comida china y telepi 4 o 5 veces por semana.
Fue aquí donde entré en contacto con ese lado de vida basura que muchos tienen al largarse de casa. Se sumaba la pereza absoluta por hacer nada con las ingentes cantidades de publicidad de restaurantes chinos de la zona, con la pasta gansa que llenaba mis bolsillos y con ninguna voz detrás de la oreja que me gritase: INFARTO DE MIOCARDIO!!!!
También gracias a esta casa conocí Ikea (o los juguetes de los huevos kinder de los mayores) junto a los perritos a 60 céntimos (mirar párrafo de arriba sobre lo de la voz detrás de la oreja) y compré mis primeros muebles que fueron un escritorio para poner cosas encima (nada de estudiar o trabajar) y unas taquillas para meter más cosas.
Conocí el miedo a la cocina cuando se me olvidó una sartén llena de aceite en la vitrocerámica (no sabía apagarla) y todo el aceite empezó a arder, cosa que me hubiese venido de lujo si alguien hubiese intentado capturar mi fortaleza, pero que en ese momento sólo sirvió para que hiciese lo que nunca ha de hacerse cuando arde algo en una sartén: echar agua. No sé de qué forma lo hice pero conseguí llevar la sartén por el mango mientras me escupía unas llamacas que ni los tunning de Valencia, hasta la bañera donde arrojé todo el contenido… craso error: ahora tenía un recipiente mucho más grande con llamas todavía más grandes. Para mejorar la situación, no se me ocurrió otra cosa que coger el auricular de la ducha y empapar todo… llamacas, llamacas, LLAMACAS, LLAMACAS TOCANDO EL TECHO… En mi vida anterior debí de ser budista o algo muy bueno, porque no pasó nada (al margen de una bañera más resbalosa de lo común durante las siguientes semanas).
Como en toda casa o piso compartido impusimos unas jornadas de limpieza y unos turnos que, como en toda casa o piso compartido, pasaron al olvido en menos de un mes. Aunque me he comido pepinillos sacados de un cenicero (con todo lo que odio el pepinillo) y he bebido de vasos encontrados en el suelo en callejones donde la gente suele mear, hay cosas que me sobrepasan, no puedo estar a pocos centímetros de los desechos orgánicos de gente que no sea yo. Por ello, en el entente que mantuvimos para organizar las tareas me asigné la cocina de forma perenne, cocinase yo o no, con tal de no tener que limpiar ninguna otra parte de la casa.
Como he comentado, trabajaba de comercial, y uno de los meses, me regalaron un viaje para dos personas durante 8 días que fue seguido de cerca por un viaje de tres días a Almonacid de la Sierra (sólo diré que el menú del restaurante del pueblo son 23 platos). A la vuelta, pude comprobar que la cocina tenía más mierda que el palo de un churrero, momento que aproveche para comunicar que como no había estado ensuciando el baño durante esos días, tampoco habría de limpiar la cocina hasta que esta volviese al estadio previo a mi marcha.
En dos meses, la casa olía desde la escalera. Platos, vasos, cacerolas, cubiertos, palillos chinos, bolsas de basura, basura sin bolsa, basura con carreras terminadas y un pozo de con brea que parecía el hermano pequeño de ‘Venom’ al que mi compañero de piso llamaba freidora. No hace falta que diga que no volví a limpiar en aquella casa… (¡benditos platos de plástico!).
Dice la gente: ¿Qué sería de compartir piso sin el típico compañero rarito?. Pues una mierda!. Yo tenía friker para dar y tomar. Guarro como él solo, wiccano (lo que implica lo de poder llegar a verle en pelotas con cuchillos enormes en las manos), usuario convencido de tangas (una noche, un tal Ayllón tuvo la suerte de dormir en su cama [él no estaba] y cuando se levantó todo contento a la mañana siguiente diciendo que había mogollón de tangas por la almohada, se tuvo que pasar lejía al enterarse de que eran de aqueste jovenzuelo), camisetas de rejilla, lentillas de gato y colmillos falsos fuera de la carnavalesca índole festiva.
Este periplo duró menos de un año, pero fue intenso, intenso intenso..,
CONTINUARÁ!
3 comentarios:
Las fotos son acojonantes!
me parto la polla
Dios mio que ASCO de cocina....y ahora es un Punki casado, con casoplon de 150 metros y todoterreno...se me cae una lagrimita viendo todo lo que has conseguido con tu duro esfuerzo....
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