lunes, 2 de agosto de 2010

De Punki a Señor por un anillo: Cap.V

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Edad Moderna

Donde otros verían mala suerte, yo veía mucha mala suerte, pero también la oportunidad de compartir piso de nuevo. Al día siguiente de que se me cayera el cielo sobre la cabeza, me tocó hacer una cutre mudanza en coche mientras maldecía por tener que volver a tocar la casa de mi madre. Y es que pocas cosas hay tan desalentadoras para un emancipado como volver a la casilla de salida y temer verse atrapado por los calentitos, suaves pero acerados tentáculos de la madre una vez más.

En esta ocasión, conocí lo que, realmente, significaba buscar piso. Periódicos y periódicos y la recién descubierta idealista.com. También aprendí a abrir los grifos de la casa para ver si tienen potencia suficiente (un grifo sin chicha es de las cosas más desesperantes que hay, es como tener a un octogenario soltando babilla por su desdentada mandíbula justo por encima de tu cabeza) Fueron 15 días en casa de mi madre que se me volvieron eternos, con constantes comentarios a mis hábitos nocturnos así como a mi dieta.

Aprendí que hasta que no se firma un contrato, todo se puede ir a la mierda y que lo de los pendientes y la cresta no gusta mucho a las viejas dueñas de pisos. Pero también aprendía que a la hora de buscar piso, hay que verlo todo, incluso lo que piensas que no te va a gustar o que no te puedes permitir.

Uno de los días que salí con mi pareja a patearnos Chamberí para buscar piso, vimos un cartel de casualidad y, aunque en un principio, nos parecía que sería demasiado caro, nos lo anotamos para cuando terminásemos de ver los que nos restaban. Obviamente, fue el piso que terminamos pillando, pues de lo contrario no tendría sentido meterlo en la historieta…

En esta casa, pillamos nuestro primer electrodoméstico: un maravilloso lavavajillas triple A (son más caros pero gastan menos), también compramos nuestra primera cama (que rompimos unos meses después [ahora dormimos con el colchón sobre el suelo directamente]), los primeros sofás, estanterías, baldas, lámparas, barras para las cortinas, colgué mi primer cuadro…

Como cualquier espécimen varón que haya vivido solo y/o con gente y después se haya ido a vivir con su pareja podrá atestiguar, irse a vivir con la parienta es desemanciparse. Dejas de vivir bajo tus reglas porque a ti te la suda todo bastante y te amoldas a ella (si no de que iba a poner yo una cortina???). Donde tenías broncas por ver QUIEN limpia, ahora tienes broncas por ver CUANDO limpias, esos platos de ayer ya no tienen cabida y lo más importante: la decoración.

Para quien no me conozca: me encantan las cosas (por cosas, entiéndase cosas viejas, feas, inútiles y con colorines [y si me lo he encontrado por la calle, mejor que mejor]). En un piso compartido o de emancipado, se suelen ir amontonando cosas por toda la casa: de viajes, de pedos, de amigos, cosas que aparecen sin más… y la casa se va amoldando a todos esos trastos, se convierte en un enorme expositor de cosas. Cuando compartes piso con tu pareja y esta es más del grupo adulto que del grupo infantil, como me pasa a mi, se produce un choque de culturas y el resultado se asemeja a ver a Ane Igartiburu vestida con un disfraz de Minnie Mouse. Fotos de familia conviven con juguetes recogidos de la calle, radios antiguas están tan panchas al lado de un telesketch y tapices de la India han de soportar que un coco (de los de las palmeras) les saque la lengua.


Dentro de unos meses, tocará algo nuevo: la primera mudanza en serio. Mover años de amontonamiento/atesoramiento de cosas, sofás, camas, libros, libros, libros, libros (la de libros que llegan a caber en los cajones), ropa... y las obras de una casa comprada.

CONTINUARÁ... Por muy poco.

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